El temperamento conforma la base de la personalidad y marca todas las direcciones del desarrollo de una persona y que se empieza a desarrollar en el momento del nacimiento, e incluso antes. Sin embargo, esta es una característica que se puede moldear mediante una correcta educación.
Para empezar, es preciso conocer a qué nos referimos cuando hablamos de carácter. El carácter es el conjunto de reacciones, motivaciones y hábitos de comportamiento que se han adquirido a lo largo de nuestro crecimiento personal influenciado por aspectos sociales, culturales, educativos y determinados estilos de crianza.
El niño a partir de los cuatro años se muestra más receptivo a todo lo que le rodea. La comunicación oral experimenta en él un notable avance: habla bien y le gusta dialogar. Va adquiriendo hábitos de autonomía y siendo muy capaz de valerse por sí mismo: se está empezando a formar su carácter y su personalidad.
Como ya nos entiende bastante bien, hay que empezar a corregir las deficiencias de su temperamento y los rasgos negativos adquiridos en sus primeros años, como el no saludar, ser terco, usar el llanto como chantaje, etc.
A cuatro grandes rasgos nos enfocamos en cuatro grandes tipos de carácter de un niño: hiperactivo, colérico, sobreprotegido y pasivo. A continuación les presentamos algunas recomendaciones para abordar las primeras conversaciones con ellos.
Para los niños con temperamento hiperactivo, también conocido como sanguíneo, es fundamental procurar no sobreestimularlo con actividades en exceso. De la misma manera, motivarlos a terminar el juego o actividad que haya comenzado, permitiéndole un respiro si ha perdido el interés, para reanudarlos más tarde, ya que su tiempo de atención es corto.
También es conveniente establecer una rutina a última hora del día, mediante la realización de actividades sucesivas que proporcionen un ambiente tranquilo, que relajen al niño y le ayuden a conciliar el sueño, como baño, cena, lavarse los dientes, rezar, leer un cuento en la cama, comentar los sucesos agradables del día, etc. La rutina crea una disciplina que da estabilidad al niño sanguíneo; por el contrario, los gritos de los padres para acostarlo estimulan al niño y le espantan el sueño.
En el caso de los hijos coléricos, necesitan sentir la firmeza de unos padres que no sucumben ante sus caprichos o rabietas. Hay que pedirle las cosas “por las buenas”, pues rápidamente se ponen a la defensiva cuando les gritamos. Necesitan padres serenos, que puedan mantenerse ecuánimes y tranquilos frente a sus ataques de rabia. Cuando el niño se haya calmado, será el momento de hablar de lo ocurrido.
Deben ponerle pocos límites, pero éstos deberán ser justos y cumplirse siempre. De no ser así, el niño les hará la vida imposible. Los padres deben ser firmes y justos para ganarse el respeto y tener autoridad.
Además de asignar responsabilidades, otra forma de canalizar su ilimitada energía es mediante actividades que lo agoten, controlen sus sistema muscular, y perfeccionen sus habilidades motrices.
En tercer lugar, el hijo sobreprotegido o melancólico, debe empezar a realizar por sí mismo todo lo que sea capaz de hacer para evitar convertirlo en una persona débil y egocéntrica, consentida e insegura. Los padres deben animarle a realizar nuevas actividades y descubrir horizontes que le ayuden a perder el miedo a lo desconocido mejorando su creatividad y autonomía.
El niño melancólico necesita del aliento continuo y del buen ejemplo de sus padres, quienes, actuando así, se ganarán su confianza. Han de cuidar con especial atención el castigo, actuando con gran prudencia y justicia, pues los desaciertos pueden provocar un enojo prolongado y una pérdida de confianza.
Finalmente, los niños flemáticos o pasivos requieren de más iniciativa y oportunidad en los juegos, en el vestir, el comer, etc., para que el niño vaya tomando sus pequeñas decisiones.
Los padres deben procurar relacionarlo con hermanos u otros niños para evitar que se encierre en sí mismo, ayudándole a hablar y a expresar sus sentimientos. Hablar en familia es uno de los medios educativos más enriquecedores de los que disponen los padres.
No hay temperamentos “buenos” o “malos”, todos tienen aspectos positivos y otros negativos susceptibles de mejorar. Y aunque no podemos tratar de cambiarlos, pues iríamos en contra de su tendencia natural, causando frustraciones, si nos esforzamos por conocer bien el temperamento y posible carácter de nuestro hijo llegaremos a comprenderlo mejor, a tratarlo con más justicia y a educarlo con más paciencia.