Todo en el matrimonio es comunicación, que no incluye únicamente a las expresiones verbales pues hay veces que los gestos o silencios pueden tener un efecto mayor a las palabras y pueden resultar más ofensivas que cualquier agravio.
La comunicación es un proceso de intercambio entre un emisor y receptor, que debe ser recíproco, pues no solo se debe saber hablarle a otra persona, sino saber escucharla también. La felicidad y relación matrimonial depende en gran medida de un buen cuidado de la forma de comunicación e interacción. En momentos críticos puede surgir la siguiente inquietud: ¿Cómo mejorar y tener una comunicación exitosa? Hay tres claves principales para lograrlo.
En primer lugar, es preciso determinar: Qué es lo que se va a comunicar. Existe una creencia muy extendida de que hay que contar todo lo que se hace, piensa o siente para que nuestro cónyuge nos conozca mejor, llegándose a considerar que callar sucesos, aspectos o temas constituye un engaño. Sin embargo, en algunos casos, esta idea, más que favorecer, puede empañar la relación.
Es importante evitar regirnos por una autoexigencia de comunicación que nos atenaza y acabamos contando las cosas más para evitar problemas que porque realmente lo consideremos oportuno.
Hay siempre algunos temas íntimos que pertenecen a la vida interior de cada uno, experiencias muy personales que no siempre es bueno o necesario contar, pues puede ser más negativo que positivo.
Por otro lado, es muy conveniente comunicar nuestros deseos y expectativas; en otro caso, corremos el riesgo de que nuestras ilusiones ocultas se conviertan en una fuente continua de insatisfacción. Al igual que es de igual importancia comunicar aquellos temas que pueden hacer daño al otro, pero que conviene que sepa para reconducir una situación desagradable o problemática.
Recomendaciones:
– Procurar hablar de las propias emociones y sentimientos, sin mezclar ni juzgar los del otro.
– Aclarar la finalidad que se persigue con la conversación: informar de algo que nos preocupa, no juzgar.
– Evitar la insistencia y el excesivo énfasis o solemnidad.
– Recurrir a datos del presente, no del pasado, mirando siempre hacia delante
– Hacer comentarios positivos, sin buscar ni forzar una respuesta inmediata, dando tiempo al otro para que medite y reaccione.
En segundo lugar debemos preguntarnos: cómo comunicar. Lo más importante es lograr un acuerdo total entre lo que se dice y los gestos que acompañan a las palabras. La mirada tiene un efecto decisivo, pues cuando dos personas se miran abren las puertas del alma al otro.
La expresión facial ayuda a transmitir todo el contenido emocional del mensaje; la posición del cuerpo, desde la relajación hasta la proximidad física o el roce (cogerse las manos, abrazar el hombro, acariciarse) acerca y crea intimidad, calor humano; por supuesto, no pueden olvidarse los gestos y formas personales y propias de expresión de cada uno.
Por último, la tercera clave es saber: cuándo comunicar. En muchas ocasiones nos empeñamos en contar cosas en momentos en que, por factores externos o internos, no hay receptividad posible; hay que dejar respirar al cónyuge, que necesita un tiempo de desconexión cuando ha estado sometido a tensiones (familiares, laborales, emocionales…).
También hay que comunicar cuando el otro acaba de hablar y después de haberle cedido la palabra. Casi siempre es más importante escuchar que hablar.
Adicionalmente hay que elegir la situación adecuada: no es lo mismo hablar de ciertos aspectos del matrimonio con unos amigos que con nuestros padres, o a solas. Con el tiempo podemos llegar a tener la sensación de que ya sabemos todo de nuestro cónyuge, y no prestamos atención a lo que nos dice, lo cual resulta muy peligroso, porque bloquea la evolución de nuestra relación. En primer lugar, una escucha adecuada es aquella que acepta los mensajes del otro.
En conclusión, hay que cuidar la credibilidad y confianza entre ambos mediante el respeto, el entendimiento y el tacto. Estos son valores que no solo se deben emplear para la comunicación sino para las demás facetas del relacionamiento en pareja, pero también con los demás miembros de la familia. Hemos de dejar de interpretar al otro, y pedirle aclaraciones cuando sea preciso. A veces cuesta, porque parece un reconocimiento de que no le hemos comprendido, pero evita no pocos problemas y malentendidos.