Un hogar es aquel espacio en el cual la familia puede crecer y desenvolverse la faceta formativa de cada miembro en función de su núcleo más cercano. Allí, nuestros hijos aprenden lo que es la vida, el trato con los demás, el amor fraternal y paternal a través del ejemplo que les ofrecemos los propios padres en el hogar familiar.
El niño debe vivir en un marco familiar que se desarrolle en un entorno físico, un ambiente intelectual y uno afectivo lo suficientemente sólidos para que tenga un crecimiento integral, equilibrado y adaptado a sus necesidades.
Durante los primeros años de vida, sobre todo a través del amor de sus padres, los niños absorben unos modelos de comportamiento, construyen unos determinados estilos de crianza y asimilan unas particulares formas de amar. Eso les dará luego la autoestima, el equilibrio afectivo y la seguridad en sí mismos que necesitan para su crecimiento personal, y para poder contar con unos referentes claros a lo largo de toda su vida.
En consecuencia, el ser humano tiende a identificarse con el espacio físico donde habita; en él se arraiga y de él toma todo lo que necesita para ir creciendo. De ahí que la vida vivida en el hogar familiar sea la que otorgue y posibilite a la mayoría de los seres humanos un desarrollo completo, íntimo y personal.
La base de este espacio se fundamentan en paredes propias, habitaciones que preserven la intimidad de sus miembros, un mínimo de muebles, algunos detalles particulares que la identifiquen y algunos elementos domésticos que satisfagan las necesidades básicas.
El hogar no solo es un espacio adecuado para que los hijos puedan habitar. También es el “nido de la relación” que la sustenta, aquel lugar en la que los padres puedan buscar consuelo, descanso, comprensión, atención y amor luego de cumplir sus jornadas laborales y demás exigencias de la vida adulta.
Este hogar debe reunir condiciones físicas y materiales suficientes, que proporcionen seguridad y confianza a los miembros de la familia, en especial para que los niños puedan desarrollar todas sus capacidades y autonomía, resguardándolos de riesgos innecesarios.
Tendrán que ser espacios que les permitan libertad de movimientos que, desde pequeños, deberán conocer. Por eso todos los espacios designados y reservados para el juego deben estar preparados para que los niños puedan crecer y desarrollarse con toda soltura y naturalidad.
Los hogares con hijos pequeños, y siempre en función de los espacios, pueden ser propensos al desorden: habrá que conseguir evitarlo y evitar también que eso nos agobie.
En conclusión, en el hogar, a través de las actividades cotidianas compartidas en la casa, se aprende a vivir y a descubrir el bien común. Los hijos aprenden a colaborar con los modelos más próximos: padres, hermanos mayores, abuelos. Cada acción, cada encargo, cada actividad que se desarrolle allí tiene su historia, y esa historia será parte de un proyecto familiar que dejará una huella en cada individuo que lo integra.
De ahí que la nostalgia hacia el hogar sea tan fuerte, porque viene a ser el lugar donde se toma conciencia de la condición de hijo, de hermano, de padre o de madre. En definitiva, es aquel lugar donde aprendemos a amar y a ser amados.
Frase: Los niños, en su crecimiento, deben poder disponer de espacios concretos, que les ayuden a desarrollar su autonomía y capacidades,